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Capítulo 9

Hizo mala cara y se acercó rápidamente a la orilla del lago. Le extendió la mano con una voz cargada de ira contenida: —¡Viviana! ¡Sal del agua! Viviana apartó su mano de un manotazo y continuó concentrada buscando con la cabeza agachada. Hasta que sus dedos tocaron algo duro y helado. Lo apretó con fuerza, como si hubiese encontrado un tesoro, y solo entonces salió del lago, empapada de pies a cabeza. Gustavo por fin pudo ver claramente que aquello por lo que ella había arriesgado su vida no era más que un simple y pequeño collar con una piedra preciosa que, incluso, parecía un poco viejo. Una rabia indescriptible le invadió el pecho y le sujetó el brazo con fuerza: —¡Un objeto que vale millones de dólares lo donas así, sin más! ¡¿Y ahora, por una cosita tan insignificante como esta, ya no te importa la vida?! Viviana lo apartó con fuerza. Su cuerpo temblaba levemente, ya fuera por el frío o por la emoción: —¡Tú no entiendes nada! ¡Así que no digas nada más! —¡Fuiste tú quien dijo que lo nuestro había terminado! ¡Entonces, por favor, déjame en paz! ¡No te preocupes más por mí! ¡Y no me hables otra vez...! Lo miró a los ojos y, con claridad y firmeza, pronunció una frase tan pesada como una piedra: —¡Cuñado! Gustavo se quedó helado al escuchar ese apelativo. Sus pupilas se contrajeron y, justo cuando estaba por decir algo, Olivia se acercó con una voz inocente pero llena de satisfacción: —Viviana, gracias por recuperar mi collar. Extendió la mano, intentando tomar el collar que Viviana apretaba con fuerza. Viviana lo sostuvo aún más fuerte, sin intención alguna de soltarlo: —¡Es mío! Olivia miró a Gustavo con una expresión de víctima: —Gustavo, fue un regalo de mi mamá... Gustavo observó la obstinación en el rostro de Viviana y luego la expresión esperanzada de Olivia. Hizo mala cara y, finalmente, alargó la mano y sujetó con fuerza la muñeca de Viviana. —Suéltalo —ordenó con una voz autoritaria. —¡No! —Viviana lo miró con los ojos enrojecidos. Gustavo aplicó más fuerza. Casi con brutalidad, fue separando uno por uno los dedos que sostenían el collar. —¡Ah...! Un leve chasquido se escuchó, acompañado de un gemido ahogado de dolor. ¡Le había roto la muñeca! El dolor la invadió de inmediato. Su rostro se tornó pálido, el sudor frío le empapó la frente, y miró con incredulidad al hombre cruel y siniestro que tenía frente a ella. Olivia aprovechó para tomar el collar, le lanzó a Viviana una mirada triunfante y luego se aferró al brazo de Gustavo con voz dulce: —Gustavo, entremos a buscar nuestros abrigos. Gustavo aceptó y miró con una expresión compleja a Viviana, que yacía encogida por el dolor. Finalmente, se dio la vuelta, dispuesto a marcharse con Olivia. Sin embargo, justo cuando entraban al salón del club, una pesada lámpara de hierro forjado que colgaba del techo se soltó de repente por alguna razón, cayendo directo sobre Olivia. ¡Gustavo reaccionó con rapidez y la empujó con brusquedad para apartarla del peligro! Aun así, el borde de la lámpara alcanzó a rozar la parte posterior de su cabeza. —¡Olivia! Gustavo levantó en brazos con urgencia y corrió hacia el estacionamiento para llevarla al hospital. Viviana, que se sujetaba la muñeca fracturada, estaba al borde del desmayo por el dolor. Unos transeúntes amables la ayudaron y también la llevaron al hospital. El médico ortopedista que examinó con detenimiento su lesión no pudo evitar exclamar con asombro: —Esto... ¿Quién pudo ser tan cruel como para dejarte así, siendo una mujer? Viviana tenía el rostro pálido y los labios temblorosos. El dolor en su corazón superaba con creces al físico. El médico añadió que la fractura de la muñeca era grave y que requería permanecer hospitalizada bajo observación por varios días. Así que Viviana no tuvo más remedio que quedarse ingresada. Sin embargo, no había pasado mucho tiempo desde que la acomodaron en su habitación, cuando Gustavo irrumpió, trayendo consigo una frialdad cortante que heló el ambiente. Su rostro estaba tan sombrío que resultaba aterrador, y la mirada con la que la observaba parecía querer devorarla viva: —Viviana, revisé una a una las cámaras de seguridad. Sobornaste a los empleados del club para aflojar la lámpara a propósito. Querías matar a Olivia, ¿cierto? Viviana sintió que aquello era el colmo del absurdo. Lo miró con ironía: —¡Yo no hice eso! —¿Quién más, si no tú, tendría tanto odio hacia Olivia? Viviana, realmente te subestimé. Eres tan descarada que eres capaz de hacer cualquier cosa. —Ya te dije que no fui yo. ¡Tú no tienes derecho a calumniarme! —¿Calumniarte? —La mirada de Gustavo era aterradora. —Veo que sin una buena lección, no vas a decir la verdad. Sacó su celular, marcó un número y ordenó con autoridad al otro lado de la línea: —Contacta a la policía. La señorita Viviana de la familia Herrera está implicada en un intento de homicidio... Que envíen a alguien. Que la encierren unos días para que recapacite. —¡Gustavo! Viviana lo miró con horror. No podía creer que él realmente estuviera usando sus influencias para meterla en la cárcel. Sin embargo, no importó cuánto luchara, cuánto explicara o llorara. Poco después, unas personas uniformadas llegaron a la habitación. Ignoraron las objeciones del médico y su estado de salud, y se la llevaron por la fuerza.

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