Capítulo 2 ¿Has estado con él?
La piel de Nora era tersa y suave. Una vez, un hombre, presionándola contra la cama, le había dicho: —Con un cuerpo como el tuyo, cualquier hombre que te toque se enamorará de ti. A partir de ahora, cuando salgas, cúbrete bien. En esta vida, no permitiré que ningún otro hombre vuelva a tocarte.
Martín no solo reposaba su mano en su espalda. En ese instante, su mano, ardiente como un hierro al rojo vivo, se deslizaba desde su cadera hacia arriba, acariciándola centímetro a centímetro.
Nora permanecía sentada dócilmente. Desde fuera, parecía que Martín simplemente la tenía entre sus brazos, pero toda la parte superior de su cuerpo temblaba levemente.
Tal vez por la tensión que sentía, no se dio cuenta cuándo se abrió la puerta del reservado ni de que alguien había entrado. Solo cuando esa figura se acercó al sofá, Nora levantó lentamente la mirada.
Justo en ese momento, cuando sus ojos se cruzaron con los de Rubén Reyes, el botón de la espalda de Nora acababa de desabrocharse.
Sintió un vacío en su pecho y, al mismo tiempo, sus pupilas se contrajeron. No podía creer que el hombre al que había llamado cientos de veces sin obtener respuesta durante meses, apareciera de repente allí.
Rubén era alto, de complexión fuerte, pero con facciones delicadas. De sus cejas, sus ojos y la curva de sus labios emanaba una belleza suave, casi femenina.
Él también se quedó inmóvil, mirándola fijamente, como si dudara de si la mujer frente a él era realmente la misma que conocía.
Pero alguien con quien había compartido su piel, cara contra cara innumerables veces, ¿cómo no iba a reconocerla?
Antes de que Rubén pudiera decir algo, Nora giró la cabeza hacia Martín y, con voz baja y temblorosa, preguntó: —¿Es el señor Rubén?
El párpado de Rubén dio un salto.
La mano de Martín se retiró lentamente de la espalda de Nora. —¿Lo conoces?
Nora negó con la cabeza. —Lo he visto en las noticias.
Rubén la observaba con tanta intensidad que parecía que saldría fuego de sus ojos.
Ella, recostada contra Martín, con la mirada baja y las mejillas sonrojadas, estaba aún más sumisa que cuando había estado a su lado en el pasado.
La mirada de Rubén descendió, lenta y punzante, desde su cara hasta la parte superior de su cuerpo, ahora expuesta al aire. Una llama le ardió en el pecho.
Dio un paso y se sentó en el sofá, con una sonrisa cargada de sarcasmo. —Señor Martín, ¿cuándo cambió de novia?
Con una sola frase, preguntó dos cosas a la vez.
Martín le lanzó a Nora una mirada indiferente. —Recién nos conocimos.
Rubén no podía creer que Nora hubiera permitido que un hombre al que acababa de conocer le desabrochara incluso su ropa interior.
Su Nora, la misma que, en el pasado, solo con que él le acariciara un poco por encima de la ropa, se ponía roja desde las mejillas hasta las orejas.
—Es bastante bonita. ¿Cómo se llama? ¿De dónde es? —Siguió preguntando.
Martín levantó un poco los párpados, con un tono en el que se adivinaba cierto desagrado. —Señor Rubén, ¿está intentando quitarme a mi chica?
Nora se tensó de inmediato.
Rubén forzó una sonrisa. —¿Cómo podría? Solo que, casualmente, se parece mucho a alguien que conocí.
La mano que Nora tenía apretada se fue relajando poco a poco.
Ella lo veía claramente: Rubén no se atrevía a ofender a Martín. Más tarde, Nora se enteró que, aunque la familia Reyes era la más rica de Miraflores, la gente común no podía enfrentarse al poder político. Por eso, por muy explosivo que fuera su temperamento, Rubén siempre escondía las garras frente a Martín.
—Tienes problemas de vista. Ve a que te revise un oftalmólogo.
Martín se levantó y, al mismo tiempo, le acarició la cabeza a Nora. Con voz ronca, dijo: —¿No vas a arreglarte un poco la ropa?
Nora se levantó enseguida, obediente, y siguió a Martín hacia una sala de billar vacía.
Justo en el momento en que la puerta se cerró, Martín se giró y la empujó bruscamente contra la pared. Su movimiento fue rudo.
—¿Has estado con él?
Las pupilas de Nora temblaron con fuerza.
No sabía qué consecuencias tendría mentirle a Martín, pero había algo de lo que estaba segura en ese momento: si lo admitía, Martín no volvería a querer nada con ella.
Pilar se lo había dicho antes: hombres como él, con tanto poder, tienen mujeres hermosas de sobra; rara vez aceptan algo que otro ya ha tenido.
En los últimos meses que había estado con Rubén, él prácticamente la había mantenido pegada a la cama.
Tenía un deseo sexual especialmente fuerte; cuando se encendía, no distinguía entre día y noche, tampoco entre lugares. Antes de él, Nora no sabía nada, fue Rubén quien, a fuerza, le enseñó todo.
Nora no tenía dinero para reconstruir su himen. Solo podía apostar.
—Señor Martín, nunca he tenido una relación.
Nora temblaba bajo su brazo, como un pequeño conejo asustado.
Martín la soltó lentamente. —Quítate los pantalones.
Nora quedó paralizada. Pilar le había dicho que Martín era un hombre con clase, que no se comportaría como los demás, perdiendo la compostura tan fácilmente.
—Señor Martín, hace un poco de frío.
Apenas terminó de hablar, Martín ya la había sujetado con una sola mano y la había presionado contra la mesa de billar.
La parte superior del cuerpo de Nora se apoyó sobre la superficie helada y, al segundo siguiente, sintió frío debajo: sus pantalones, de dentro hacia afuera, fueron bajados hasta sus pies.