Capítulo 42 Tenderle una trampa
Al colgar el teléfono, Nora se quedó sentada sola bajo un viejo plátano desnudo frente al edificio de su urbanización.
Era una noche de invierno; el viento soplaba con fuerza y el frío se colaba hasta los huesos. Las farolas del complejo residencial emitían una luz amarillenta y tenue. Por la tarde había caído una ligera nevada, y sobre el cielo y la tierra parecía haberse extendido un velo grisáceo, sucio y apagado.
Solo unos pocos transeúntes apresuraban el paso para regresar a casa.
Las manos y los pies de Nora ya estaban entumecidos por el frío; en su cara pálida aún quedaban lágrimas sin secar. El aire helado le había teñido las mejillas de un tono violáceo, y el dolor físico no conseguía acallar la desolación que sentía en lo más profundo de su corazón.
Tenía la sensación de estar de pie sobre una superficie de hielo infinita, sin ningún borde a la vista, y que en cualquier momento podía precipitarse a un abismo gélido. A su alrededor no había nada más que penumbra, ni siquiera u

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