Capítulo 1
En el séptimo año en que el padre de Brenda González estuvo en estado crítico, por fin llegó un corazón compatible.
La noche antes de la operación, su esposo, Andrés Ríos, con quien llevaba siete años casada, le pidió que cediera el órgano a su amante.
Él estaba allí, con ímpetu, pero en su cara había una distancia y frialdad que Brenda nunca había visto antes.
—Brendita.
Él habló, sin que se notara ninguna emoción en su tono.
—La situación de Camila se ha deteriorado de forma drástica.
El corazón de Brenda, al oír ese frío "Brendita", se estrujó de golpe.
Retrocedió medio paso por instinto, con un presentimiento desagradable.
—Ella necesita con urgencia un trasplante de corazón.
La mirada de Andrés la escrutó, con una decisión incuestionable. —De inmediato.
Cada palabra era terrorífica, apuñalando con precisión el corazón de Brenda, justo cuando comenzaba a encenderse una leve esperanza.
La voz de Brenda tembló de forma incontrolable.
—Andrés... ¿de qué hablas?... ¡Mi papá esperó siete años por un corazón!
—¡Ya esperó! ¡Y por fin lo consiguió!
Él respondió con calma: —Lo sé.
El tono de Andrés era tan sereno que asfixiaba. —Pero la situación cambió por completo. Camila es mucho más joven que tu padre, sus perspectivas de recuperación son mejores y su potencial de contribuir a la sociedad y al futuro es mayor.
—Racionalmente, colocando en una balanza los pros y los contras, este corazón debe ser prioritario para ella.
La voz de Brenda se elevó con brusquedad. —¿Colocar en una balanza pros y contras?
—¡Andrés! ¡Esa es la vida de mi papá! ¡Él está ahí, esperando ese corazón, dependiendo de máquinas! Además... ¡Camila se hizo un chequeo completo anteayer! ¡Angina leve! ¡Ella no necesita cirugía!
Brenda sacó un papel arrugado y se lo lanzó a Andrés a la cara con todas sus fuerzas.
—¡Míralo tú mismo!
—¡Ella es una flor delicada que has criado en un invernadero! ¡Ante cualquier situación se queja de dolor! ¿"En estado crítico"? Andrés, ¿dónde está tu conciencia?
De pronto la mirada de Andrés descendió sobre el informe médico, sin la menor sorpresa en su expresión.
El corazón de Brenda se estrujó aún más... ¡Él ya lo sabía!
Andrés, con calma, sacó varias hojas de A4 perfectamente dobladas del bolsillo interior de su costoso abrigo.
—Fírmalo de una vez.
—Acuerdo de cesión voluntaria de órganos. Cede el derecho prioritario del corazón a Camila.
Todo giraba ante sus ojos. Brenda se aferró a la pared para no colapsar.
—¡No lo haré!
Escupió las palabras con voz temblorosa.
Andrés bajó la voz. Cada palabra era como un punzón de hielo clavándose con fuerza en su oído.
—Brenda, mira la realidad. ¿De qué depende la última respiración de tu padre? De esas costosas máquinas de la UCI.
—Si firmas, el corazón será para Camila. Yo garantizaré que las máquinas sigan funcionando hasta que... por fin encontremos otro corazón para él.
Hizo una pausa y añadió:
—O puedes negarte. Entonces, en diez minutos, firmaré de una vez por todas para desconectar todo el soporte vital de tu padre.
¡Boom...!
La última pizca de fuerza abandonó su cuerpo y Brenda se deslizó como un papel por la pared.
Justo cuando sus rodillas estaban por tocar el suelo, Andrés extendió con rabia su mano.
No fue para ayudarla, sino para meterle un bolígrafo frío y rígido en su mano.
Siete años antes, el día que diagnosticaron insuficiencia cardíaca grave a Javier, le entregó con solemnidad el bolígrafo que lo había acompañado por más de veinte años.
Después, el día en que ella y Andrés oficializaron su relación, le regaló ese bolígrafo como símbolo de compromiso.
Ella lo miró a los ojos profundos y amables. —Es el objeto más preciado de mi padre... ahora, te lo doy a ti.
Andrés la tomó con cariño y le besó la frente.
—Brendita, nunca defraudaré tu confianza ni la del señor Javier.
Y ahora, ese bolígrafo que llevaba su amor más puro, estaba siendo usada por el hombre que más amó en el mundo, con su punta presionada en su garganta, obligándola a firmar el contrato que mataría a su propio padre.
Los labios de Brenda temblaron, cada palabra que pronunciaba sonaba quebrada.
—¿Y si no firmo qué? ¿De verdad lo harías...?
La cara de Andrés, bajo la luz pálida, era tan sombría como una estatua.
—Brendita, no estoy negociando contigo.
La mano con que Brenda sostenía el bolígrafo se estremecía sin control. —Andrés, por nuestros siete años de matrimonio...
Pero la mirada de Andrés se endureció aún más. —Brendita, recuerda, fue tu terquedad y capricho lo que mató a tu padre.
Apenas terminó de hablar, sus subordinados entraron apresurados en la UCI y desconectaron el soporte vital del padre de Brenda.
—¿Quiénes son ustedes? ¿No saben que de esa manera el paciente morirá?
El grito de la enfermera destrozó la última esperanza de Brenda.
¡Andrés lo hizo!
—¡Ah!
El golpe la hizo gritar de desesperación.
Se tambaleó al intentar agarrar la manga de Andrés, pero él con rabia se apartó.
—¡Firmo!
Brenda tomó el acuerdo de cesión voluntaria de órganos, pero temblaba tanto que el bolígrafo se le caía de la mano una y otra vez.
Llorando desconsolada, respiró profundo varias veces para lograr calmarse.
Apretó con su mano izquierda la muñeca derecha y firmó con letras temblorosas.
—¡Andrés! ¡Ya firmé! ¡Haz que se detengan!
Andrés sonrió con sarcasmo, acercando un cigarrillo entre sus largos dedos.
—Como castigo, tu padre tiene que aguantar diez minutos más.
La respiración débil y difícil de Javier, parecía atravesar los gruesos muros y resonar en los oídos de Brenda.
El miedo la hizo tener nauseas. —¡Andrés, estás loco o qué!
Se levantó y corrió desesperada hacia la UCI, pero Andrés la apartó de un tirón.
—Dije diez minutos. Ni un segundo menos.
Durante ese tiempo, sin importar las súplicas o insultos de Brenda, él no desvió la vista ni un segundo de su reloj ni le dirigió una mirada.
¡Ding!
Por fin, Andrés apartó la vista del reloj en su muñeca. —El castigo ha terminado.
El sonido de las máquinas en la UCI reiniciándose fue la música más relajante para Brenda.
Como una marioneta sin hilos, Brenda cayó de rodillas sobre el suelo helado.
Pero ya no sentía dolor; se levantó con dificultad y, apoyándose en la pared, salió con dolor paso a paso.
En sentido contrario, corrió un grupo de médicos y enfermeras.
—¡Rápido, reanimación!
Brenda giró justo cuando se abría la puerta de la UCI.
Su mirada se cruzó con la de Javier, que le sonrió con los labios azulados.
Las lágrimas rodaron desbordadas por la cara de Brenda.
Mientras tanto, Andrés hablaba con dulzura por celular con su amante. —Camila, tranquila, ya firmó.
—¿Cómo que le quitamos algo importante? ¡Su papá no iba a vivir mucho tiempo, dárselo a él es desperdiciarlo!
Habló ansioso mientras se dirigía al ascensor. —Espérame, ya voy, ¡no quiero que te pase nada!
Brenda, llorando, de pronto se echó a reír con amargura.
Ese era el hombre que le prometió amor eterno en su declaración, el que dijo que estaría siempre a su lado en su boda.
La reanimación duró más o menos una hora.
Brenda, demacrada, permaneció fuera de la sala de emergencias y marcó un número que tenía guardado en su agenda.
—Hola, quiero solicitar un corazón artificial para mi padre.
—El trámite migratorio tarda una semana. Partiremos en una semana.