Capítulo 4
Emily fue llevada a la fuerza a la sala VIP del hospital.
—¿Por fin viniste a admitir tu culpa?— Cristian estaba sentado al lado de la cama, mirándola con frialdad.
Las piernas de Emily aún temblaban de manera incontrolable; los espasmos musculares tras la descarga eléctrica hacían que cada paso fuera como pisar cuchillas. Solo pudo mantenerse de pie apoyándose con dificultad contra la pared, mientras su visión se oscurecía una y otra vez.
—Lo siento muchísimo...— Su voz era tan ronca que apenas podía oírse. —No debí filtrar tus fotos privadas...
Susana estaba recostada en la cabecera de la cama, con el rostro pálido surcado de lágrimas: —Emily, si hubiera sido en otra ocasión, lo habría dejado pasar, pero esta vez en verdad cruzaste la línea. Por eso, no acepto este tipo de disculpa.
Cristian enseguida se inclinó para abrazarla, con una voz muy suave: —¿Entonces qué es lo que quieres?
—Al menos deberías arrodillarte, solo así demostrarías sinceridad.
Emily levantó la cabeza de golpe, solo para encontrarse justo con los ojos sombríos de Cristian: —¿Aún no te arrodillas? ¿Qué, quieres volver a experimentar una descarga eléctrica?
Todo su cuerpo tembló, y sus rodillas chocaron con violencia contra el suelo.
—¡Lo lamento!
Solo entonces Susana gimió con una queja contenida: —Está bien, te perdono.
Cuando salió de la habitación, la vista de Emily se ensombreció, y por poco se desplomó en el suelo.
Tuvo que apoyarse por un largo rato contra la pared antes de poder arrastrar su cuerpo para marcharse.
Por la noche, Cristian incluso llevó a Susana de regreso a la casa matrimonial.
—El estado psicológico de Susana no es bueno, se quedará en casa un tiempo.— Su tono era neutro, como si estuviera hablando del clima de hoy.
Emily ya no tenía fuerzas para discutir: —Está bien.
De todos modos, ya estaban tramitando el divorcio; pronto, ese lugar dejaría de ser su hogar.
Cristian hizo mala cara, como si se hubiera percatado de algo extraño en ella.
Justo cuando iba a hablar, Susana tiró de la manga de él: —Cristian, tengo hambre.
—¿Qué quieres comer? Le pediré a los sirvientes que lo preparen.
—Es muy tarde, no los molestes.— Susana sonrió avergonzada, pero su mirada estaba clavada en Emily. —¿No está Emily aquí? Que lo prepare ella.
Cristian miró de reojo a Emily: —¿No oíste?
Qué irónico, ella era su esposa y aun así había acabado cocinando para la amante de él.
Emily forzó una sonrisa y caminó de forma mecánica hacia la cocina.
La comida hirviendo burbujeaba en la olla, y Emily miraba las burbujas con una expresión insensible.
—¿Ya está listo el cocido?— La voz de Susana surgió de repente detrás de ella.
—Ya casi está listo.— Emily respondió sin ni siquiera voltearse.
Susana se acercó para echar un vistazo y, de repente, se enojó: —Emily, ¿cómo es que hay tan poca comida? Tampoco hay suficientes ingredientes.
Antes de que terminara de hablar, de pronto agarró la muñeca de Emily y la hundió con violencia en el cocido hirviendo.
—¡Ah!
Un dolor insoportable se extendió enseguida desde la palma hasta todo el cuerpo de Emily, quien luchó por instinto.
El caldo hirviendo salpicó por todas partes. Con gran esfuerzo logró sacar la mano, pero el dorso ya estaba rojo, hinchado y lleno de ampollas.
Sin embargo, Susana aprovechó el momento para dejar caer unas gotas de caldo sobre su propio brazo, y luego se tiró exageradamente al suelo.
—¿Qué ha pasado?— Cristian acudió al oír el alboroto.
Susana rompió a llorar desconsolada: —Cristian, no debí pedirle a Emily que me preparara el cocido, de lo contrario, no la habría enfadado y ella no me habría arrojado el caldo a propósito en la mano...
El rostro de Cristian cambió de forma drástica; avanzó y agarró la muñeca de Emily con fuerza: —¿Nunca vas a parar? ¿Nada de lo que te dije la última vez te ha quedado claro?
De inmediato el intenso dolor hizo que Emily palideciera. Temblando, levantó la mano roja e hinchada, con la voz entrecortada: —Cristian, míralo bien, ¿quién está más herida?
Cristian se quedó atónito.
—¡No fui yo!— Susana se apresuró a justificarse. —Cristian, fue ella quien me arrojó el caldo primero, y luego, por miedo a que te enfadaras, se quemó la mano a propósito.
Emily, con los ojos enrojecidos, dijo: —No hay problema aquí hay cámaras de seguridad, solo hay que revisar las grabaciones y.…
El rostro de Susana cambió, estaba a punto de hablar, pero Cristian la interrumpió con voz severa:
—¡No hace falta revisar nada! Confío en que Susana no haría algo así.
Al oír esto, Susana suspiró aliviada de inmediato, mirando a Emily con aire triunfante.
El corazón de Emily se sintió como si se partiera en dos.
Su mano ardía de inmenso dolor, pero la herida en su pecho era aún más intensa.
—Emily, en verdad eres demasiado terca.— Cristian habló con frialdad. —Si tanto te gusta quemar a la gente con caldo, te dejaré quemarte cuanto quieras.
Chirrió los dedos y dos guardaespaldas a toda prisa, sujetando la otra mano sana de Emily.
—No...— Emily luchó aterrada. —¡Cristian! Vas a arrepentirte...
Antes de que pudiera terminar, los guardaespaldas sin piedad alguna le hundieron la mano en el cocido hirviendo.
—¡Ah!
Un grito desgarrador resonó en toda la mansión.