Capítulo 7
Fue solo después del recordatorio de Bianca que ambos se separaron un poco.
—Sobre la ruptura entre Bianca y yo... Afortunadamente, Vanessa ha estado a mi lado todo este tiempo, así que la protagonista del banquete de bodas de pasado mañana será ella.
Bianca: ¿¿¿...???
No, esas palabras eran demasiado engañosas. ¡Claramente fueron ellos dos quienes se enredaron, y ella era la traicionada!
Las voces de los presentes fluctuaban entre comentarios y rumores. Aunque Bianca quisiera explicar, nadie le daba oportunidad.
—¡De antemano, agradezco a todos sus buenos deseos para nosotros!
Fidel mantenía una apariencia de rectitud que a Bianca le daban ganas de vomitar.
—¿Entonces fue Bianca la que engañó, y la novia ahora es Vanessa?
—Con razón estaban tan cercanos hace un momento. Así que eso era...
—El señor Fidel sí que tiene un gran corazón. ¡Ser traicionado y seguir tan tranquilo! ¡Todo un ejemplo para nosotros!
Bianca sintió una ira tan intensa que casi quiso patear a ese hipócrita refinado. ¡¿Ejemplo de qué?! ¡Él no fue el traicionado, por eso podía mostrarse tan indiferente!
¿Qué podía hacer ante esas personas con palabras y acciones tan absurdas?
Justo cuando las críticas se intensificaban, se escucharon pasos acercándose desde el exterior.
Apenas Jacobo apareció en escena, las voces se fueron apagando poco a poco.
Fueron reemplazadas por susurros nerviosos. Bianca solo pudo llevarse la mano a la frente con resignación.
—Tío Jacobo, llega justo a tiempo. ¿Por qué no le cuenta a todos que...?
Fidel se acercó apresurado, pero Jacobo lo apartó de inmediato.
Se dirigió directamente a Bianca: —¿Decir qué? ¿Que quien cometió el error fuiste tú?
Antes de que los presentes pudieran reaccionar, las luces se apagaron repentinamente. Un haz de luz iluminó únicamente a Jacobo y a Bianca.
—¿Estaría dispuesta la señorita Bianca a bailar conmigo esta primera pieza?
Aquella voz profunda y seductora, y esos ojos negros que parecían absorber el alma, hicieron que, contra todo pronóstico, ella aceptara.
Bianca apoyó la mano sobre su hombro, mientras la otra quedaba envuelta por su palma cálida y firme. Toda la incomodidad de antes pareció desvanecerse en ese instante.
Por coincidencia o no, Jacobo llevaba un esmoquin negro, y en la pista de baile se veían como una pareja perfecta.
—¡Bailemos entonces al compás de que nos colocaron!
El salón, que minutos antes estaba lleno de ruido y rumores, se transformó en un elegante baile de salón.
La frase de Jacobo había sembrado suficiente suspicacia para dar pie a todo tipo de conjeturas.
Cuando las luces volvieron a encenderse gradualmente, Jacobo ya había desaparecido sin dejar rastro.
—Vaya, este hombre sí que es atento...
Bianca comenzó a tener una mejor opinión de él.
Mientras tanto, Fidel y Vanessa estaban en un rincón, mordiéndose los labios con rabia.
—Fidel, ¿no dijiste que ya habías hablado con el tío Jacobo?
Vanessa tironeó de su ropa con expresión dolida. Fidel forzó una sonrisa incómoda.
La verdad era que desde que regresó a casa había estado castigado de rodillas, y en la empresa tampoco había vuelto a aparecer, así que ni siquiera se habían visto.
—Ya sabes cómo es mi tío Jacobo. Seguro entendió nuestra situación.
Al oír eso, Vanessa no dijo más. Si seguía atacando a Bianca en ese momento, solo terminaría perjudicándose a sí misma.
Después de la canción, varios invitados atrevidos se acercaron a Bianca en busca de confirmación.
Ella los despachó con unas cuantas frases vagas. De todas formas, el banquete era pasado mañana, y allí se sabría la verdad.
Aprovechando un descuido, Bianca salió del baño y siguió el mapa en su celular, cruzando el salón.
—¿Por qué este lugar tiene que ser tan laberíntico? ¿Dónde está exactamente?
Se quitó los tacones y masajeó sus tobillos enrojecidos.
—¿Necesita ayuda, señorita?
Una figura alta y erguida apareció frente a ella, a contraluz. Por su ropa, parecía ser parte del personal del lugar.
Bianca no se lo pensó mucho y le mostró directamente la ubicación en su celular.
—Esta es una sala de reuniones privada. Según sé, debería estar en el tercer piso, girando a la izquierda.
Tras agradecerle, Bianca subió las escaleras, sin perder un segundo.
Pensó que sería difícil entrar, pero para su sorpresa, la puerta estaba sin seguro.
Según Ezequiel, el sospechoso se había dado cuenta y probablemente actuaría esa misma noche.
—Pero... ¿Por qué hay tantas computadoras?
Bianca frunció el ceño. Encima de la mesa de reuniones había dos hileras de MacBooks nuevos.
No tenía opción. Tendría que revisarlos uno por uno.
—Voy encendiendo las laptops una a una. Dime cuál es la correcta.
Bianca hablaba con Ezequiel por teléfono. Coordinados, sería más fácil encontrarla.
Cuando solo quedaba una computadora, presionó varias veces el botón de encendido, pero no respondía: —¿Se quedó sin batería?
Mientras murmuraba, comenzó a buscar un cargador en la pequeña sala.
De repente, se escucharon pasos afuera. Bianca contuvo el aliento, tomó la laptop y se escondió debajo de la mesa.
—¿Qué es lo que pasa?
Ezequiel apenas logró preguntar cuando la llamada fue cortada de golpe.
—Todo listo. Asegúrense de que nadie sospeche.
La voz le resultaba tan familiar que Bianca supo de inmediato quién era: la entonación de Jacobo y la de Ariel eran demasiado parecidas.
Parecidas no, idénticas. Y eso lo cambiaba todo.
Jacobo abrió la puerta y echó un vistazo a las computadoras, esbozando una sonrisa.
Escondida debajo de la mesa, Bianca podía oír su propio corazón. Al ver cómo se acercaban aquellos zapatos relucientes, comenzó a preocuparse seriamente.
Antes de que Jacobo pudiera hablar, el celular en sus brazos vibró como loco.
En su desesperación, golpeó su cabeza con el borde de la mesa. El celular salió volando.
Bianca se arrastró hacia afuera, apagó la llamada con una sonrisa y le saludó con la mano.
Pero al ver la expresión de Jacobo, supo que la situación no pintaba bien.
—Jefe Jacobo, qué coincidencia. Yo en realidad estaba...
Bianca apenas empezó a explicarse cuando escuchó su voz fría: —Tu vestido está sucio.
Pensó que le molestaba que su ropa ensuciara el sofá, así que se puso de pie de inmediato.
Pero justo entonces, por haberse golpeado antes, la cabeza le dio vueltas.
—¿Cuánto cuesta el sofá, jefe Jacobo? Yo se lo pago.
Jamás en su vida se había sentido tan avergonzada como ese día.
—Me refiero a que vayas a cambiarte de ropa.
Jacobo la sostuvo del brazo, su tono algo tenso.
—No hace falta, de verdad. Cuando llegue a casa lo lavaré.
En ese momento, lo único que quería era no causar más molestias. Con poder volver tranquila a casa, ya se sentía agradecida.
—Por cierto, ¿dijiste que viniste aquí por...?
Jacobo retomó el tema, y a Bianca se le iluminó la mirada con una idea.
—Quería agradecerle, jefe Jacobo, por haber intervenido antes. Jamás imaginé que usted se atrevería a poner en juego el honor de la familia Cordero para defenderme.
Sus ojos brillaban de ingenio, orgullosa de su rapidez mental y del buen pretexto que había encontrado.
Pero Jacobo desvió la mirada con una expresión algo incómoda: —Solo dije lo que correspondía.
Ante una respuesta tan fría, Bianca también perdió el interés por quedarse más tiempo allí.