Capítulo 8
La sonrisa en mis ojos se desvaneció y mi voz se tornó fría. —Sí, por eso crees que todo esto es natural, ¿verdad, Claudio? Estabas convencido de que siempre iba a estar para ti, de que nunca me iría. Por eso, me heriste por otra persona, ¿no es cierto?
Su sonrisa se congeló de inmediato.
Miré hacia la ventana con indiferencia. —Tú deberías probar lo que es tirarte en la nieve.
Él me observó en silencio, durante un largo rato. Luego sonrió con amargura. —Está bien, Yoli, todo esto es lo que te debo.
Se quitó el abrigo y, solo con una camisa, salió al patio y se dejó caer de espaldas sobre la nieve.
Esa noche, la nevada se intensificó y la ropa de Claudio se empapó toda; acabó con fiebre alta.
Escuché que los empleados lo llevaron de regreso a la casa y, medio inconsciente, seguía murmurando mi nombre.
Pero yo no fui a verlo. Tres días después, pedí con tranquilidad a Daniela que le llevara agua con miel.
Lo llamé tonto, sabiendo que acabaría preocupada por él y, aun así, insistía en ha

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