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Capítulo 17 El botón de pausa de Diego

—Está bien. No sabía si estaba ebrio o sobrio. Si estaba ebrio, podía haberla levantado en brazos y llevado a la habitación sin problemas. Por el contrario, si estaba sobrio... entonces su urgencia era como la de un niño pequeño, algo que el Diego habitual, tan sereno hasta rozar la indiferencia, jamás haría. Movió la mirada hacia el tatuaje en su clavícula y, con determinación, lo mordió. —Lo siento, yo... —Jefe, ¿podemos hacer que hoy sea la última vez? —su voz estaba ronca, con un toque de súplica casi infantil. Diego no respondió, pero al terminar, se levantó y fue hacia el baño. Rosa pensó que, al parecer, había encontrado el botón de pausa de Diego. En su apuro, al morder aquel tatuaje, solo quería recordarle a Diego que pensara en la persona que amaba. ¡Y funcionó! Él la dejó en paz. Aprovechando que Diego se estaba duchando, Rosa se apresuró a ponerse la ropa y traer su portátil. Cuando él salió con la bata gris oscura, ella rápidamente le preguntó: —Voy a rehacer completamente la diligencia del Grupo Solvencia y mañana me reuniré con su responsable. Acabo de reescribir el contrato, destacando las cláusulas de incumplimiento. ¿Podría echarle un vistazo? Cada vez que decía "jefe", sonaba realmente como una asistente que había logrado llegar a trabajar en la casa del presidente. Diego arrugó levemente la frente y pasó la mano por su cabello aún húmedo. —¿No dijiste hace un momento que estabas cansada? Rosa comprendió al instante lo que quería decir y torció la boca incómoda. —Y-yo... —La asistente te llevará la cena más tarde. —¿Ah? —Mientras comes, te lo explico. Rosa se quedó mirando su espalda, un poco atónita. ¿No había ido hace un momento a atender compromisos sociales? ¿Por qué ahora enviar a la asistente a traerle la cena...? Aunque en realidad le venía bien, ya que no había cenado esa noche. Rosa lo siguió hasta el comedor. Esta vez, la asistente trajo mariscos y platos refinados; con solo verlos sobre la mesa, era evidente que los precios estaban fuera de su alcance. —Come, no le puse ajo a nada. —Diego le indicó con la mirada que empezara a comer, mientras él tomaba un cangrejo para pelarlo. Antes no lo había notado, pero sus manos eran realmente hermosas: piel tersa, articulaciones definidas, dedos largos y estilizados. En definitiva, este hombre parecía no tener ningún defecto. —¿Jefe Diego, usted tampoco come ajo? Diego estaba concentrado en el cangrejo y, después de unos segundos, simplemente murmuró que sí. Rosa tenía hambre de verdad, y dado que él le había dicho que comiera, mostrarse tímida y cortés sería incómodo. Bajó la cabeza y empezó a comer. Tras un rato, se dio cuenta con sorpresa de que todo el cangrejo que Diego había pelado había terminado en su propio plato. —¿Jefe? —Come rápido. —Diego claramente no planeaba responder a su duda; su voz era suave y cálida—. Ante esta situación, no se puede depender solo del contrato. Para que el dinero disponible en cuentas cubra la inversión prometida, hay muchas otras soluciones: se puede acordar un tercero para cubrir los vacíos mediante comunicación bilateral, o se puede presentar una solicitud al Grupo Ruiz para otorgar un préstamo a la contraparte. Así, el proyecto podría reactivarse. Rosa comprendió al instante y bajó los cubiertos para empezar a redactar la solicitud. Pero Diego le sujetó la muñeca, y al levantar la mirada se encontró con sus ojos profundos y expresivos. La intensidad de su mirada se hacía más profunda, hasta el punto de que parecía abrasadora. —¿Todavía tienes tanta fuerza? Rosa abrió la boca en un hilo de voz. —¡Acabo de decir...! —No lo he aceptado.

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