Capítulo 1
Cuando Elena Guerrero le entregó el acuerdo de divorcio, Tomás Jiménez estaba ocupado disque muy ocupado llamando a alguien, ocupado consolando a su amante número cincuenta y dos.
—Tomás, vamos a divorciarnos.
—Firma de una vez, espera un mes, y cuando termine el período de reflexión del divorcio, nos separamos, sin tener más relación entre nosotros.
Al escuchar esto, él aceptó, tomó el documento sin ni siquiera mirarlo, y lo pasó directamente a la última página, firmando su nombre con indiferencia.
Después de firmar, se levantó orgulloso mientras tomaba su abrigo, aun susurrando palabras dulces a la joven al otro lado del auricular.
—Está bien, ya mismo voy para pasar un rato rico, ¿sí?
Cuando colgó, Tomás ya estaba en la puerta, pero de pronto recordó algo, se volteó y miró a Elena: —Ah, por cierto, Eli, el documento que me hiciste firmar hace un momento, ¿qué era?
Ya lo había firmado, y recién entonces se le ocurrió preguntar.
Elena curvó los labios, y una sonrisa irónica se dibujó en su boca.
—Eso es...
Apenas comenzó a hablar, Tomás agitó la mano, sin darle importancia alguna, y dijo: —Si necesitas comprar alguna casa, simplemente hazlo. No necesitas traer un contrato aparte para que lo firme. Estoy ocupado apaciguando un poco a alguien. Me quedé en casa contigo unos días, y esa chica... está muy molesta conmigo.
Al escuchar eso, Elena finalmente comprendió que él no había prestado atención a una sola palabra, y creyó que lo que había firmado era un contrato de compraventa de bienes raíces.
De hecho, cuando discutían con intensidad, lo que más le gustaba hacer era comprar mansiones enteras con el dinero de Tomás.
El sector inmobiliario ya estaba en decadencia, y ella había gastado decenas de millones de dólares en propiedades solo para vengarse de él, para desahogar poco a poco el dolor y la rabia en su corazón.
En ese entonces, aún tenía esperanzas en él. Ese vestigio de amor que quedaba no le permitía aceptar el hecho de que él ya había cambiado, y por eso colapsó por completo, llena de desesperación.
¿Cómo pudo dejar de amarla?
Aún recordaba la primera vez que se conocieron, en un bar.
Ella había ido a buscar a una amiga, y justo se encontró con un Tomás completamente ebrio, a punto de caer. Solo por bondad, lo sostuvo.
Él solo levantó la vista y la miró una vez, y se enamoró de ella.
El nombre de Tomás era muy conocido en los círculos aristocráticos. Era el heredero de la fortuna del poderoso linaje Castroviento, atractivo y desenfadado que desprendía arrogancia. Cambiaba de novia casi cada tres días, y más de la mitad de las chicas de la ciudad habían sido heridas por él.
Elena no quería ser una más en esa larga lista de mujeres adoloridas, tampoco deseaba involucrarse con un mujeriego como él, así que lo rechazó tajantemente.
Pero, para su sorpresa, él no se dio por vencido. Al contrario, se obsesionó con ella, persiguiéndola como mosco en leche, sin volver a mirar a ninguna otra.
Un mar de flores cubriendo la plaza en San Valentín, fuegos artificiales en la playa que duraron toda la noche solo para ver su linda sonrisa, esa silueta que siempre estaba allí cuando ella se sentía sola...
Su corazón, que nunca se había conmovido, cayó rendido ante esa ofensiva tan grandiosa y persistente de este hombre.
Después de formalizar la relación, él dejó atrás su vida de libertinaje y se dedicó por completo a ella, informándole de todos sus movimientos, sin importar a dónde fuera.
Todos decían a viva voz que Tomás había cambiado su carácter por ella.
Elena también lo creía.
Así que, cuando él se arrodilló con los ojos enrojecidos para pedirle matrimonio, ella aceptó sin dudarlo con todo el corazón, llena de felicidad.
Pero no había pasado ni un año desde la boda cuando Tomás volvió a enredarse con otras mujeres.
Discutían con frecuencia. Muchas veces, Elena terminaba gritando como una loca en la sala desordenada, mientras él se presionaba el entrecejo, agotado por tanto lío.
Al final, él le propuso una solución: —Cada uno hace su vida a su antojo, y cuando nos cansemos, regresamos al hogar.
—Eli, te amo demasiado, pero pasar toda la vida con una sola persona... realmente cansa.
—Hagamos cada uno lo nuestro, pero sin enamorarnos de nadie afuera. Cuando nos cansemos, volvemos como si nada y seguimos con la familia, ¿de acuerdo?
Elena no quiso aceptar, pero a él esto no le importó. Siguió haciendo lo que le daba la gana.
Poco a poco, ella también se rompió. Terminó manteniendo a un estudiante universitario, Cristian Bravo.
Al principio, solo quería desquitarse con Tomás.
Pero Cristian la llamaba "mi amor" con dulzura, la consolaba con paciencia, siempre estaba disponible cuando ella más lo necesitaba, y cuando tuvo un accidente automovilístico y estuvo al borde de la muerte, él, con los ojos enrojecidos, se quedó siempre a su lado, acompañándola a cada revisión médica.
Él era puro y limpio. Con el paso del tiempo, el corazón de Elena, que había sido herido hasta quedar hecho trizas, comenzó a sanar poco a poco gracias a él.
Ella pensó en regalarle una casa o darle un cheque, pero él no quiso nada de eso. Solo deseaba un reconocimiento, un lugar legítimo en su vida.
—Amor, divórciate de una vez por todas de él. Intenta estar conmigo.
Sus ojos estaban llenos de amor. Su mirada era tan pura y, luminosa, que reflejaba una imagen completa de ella.
Una imagen de esa Elena que había sido destrozada por este matrimonio lleno de tormento.
Pero en ese momento, en los ojos de él, parecía brillar.
Sin pensarlo, algo dentro de ella cambió. Se vio influenciada por una nueva filosofía de vida: cuando la vida te sonríe, hay que disfrutarla al máximo. Hasta los niños saben que cuando un juguete se rompe, hay que cambiarlo. ¿Y ella? ¿Qué había estado haciendo todos estos años, enfrascada como tonta en una lucha histérica con Tomás?
Así que aceptó.
Aceptó estar con Cristian.
Y puso fin de una vez por todas a ese matrimonio caótico.