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Capítulo 24

Víctor suspiró, sin querer abusar de una chica tan joven. Al instante siguiente, vio cómo Ana levantaba con total facilidad el enorme cubo y vertía los peces en el estanque con oxígeno. ¡Vaya sorpresa! Sus movimientos eran más ágiles que los de él, un hombre hecho y derecho. Aquella muchacha tenía una fuerza descomunal… Pilar, al ver la escena, no dijo nada. La mañana fue muy próspera. Ana, con un pequeño delantal, cortaba espinas de pescado con un sonido rítmico y seco. Víctor era un hombre bonachón, siempre dispuesto a ayudar. Pilar, en cambio, tenía mal carácter y, a la mínima oportunidad, encontraba defectos en el trabajo de Ana. Pero esta última no se quejaba. Era su primer empleo en la ciudad y, si alguien señalaba que lo hacía mal, estaba convencida de que era porque aún no lo hacía lo suficientemente bien. En ese momento, Pilar refunfuñaba. —Ana, no dejes el suelo empapado cuando limpias los peces, ¿quieres matarme de un resbalón? —Ana, ya te he dicho que debes vender primero l

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