Capítulo 23
—¿Compensarme?
Verónica repitió, como si acabara de oír el chiste más absurdo: —¿Y con qué?
Ni siquiera alcanzó a terminar la frase, cuando Mariana, que yacía tirada en el suelo, de pronto se arrastró hacia ellos.
Se aferró con fuerza a la pierna de Jairo y gritó con voz aguda:
—¡No se lo des! ¡Eso es mío! ¡Mi dinero, mi casa! ¡Yo soy la esposa del presidente! ¡Ella es un fantasma!
Jairo, sin piedad, la apartó de una patada: —¡Lárgate, loca!
Mariana rodó por el suelo y estalló en un delirio de risas y llantos.
A veces gritaba que había un fantasma; otras veces murmuraba, perdida, que era la esposa del presidente. Su cordura estaba hecha añicos.
Verónica la observó con frialdad y volvió a aplaudir.
Dos notarios, impecablemente uniformados, subieron al escenario.
Uno de ellos desenrolló un documento y, en voz firme, proclamó ante todos:
—Tras la verificación oficial, el señor Jairo fue declarado legalmente muerto. Todos sus bienes, incluidas las acciones de Grupo Montoya, pasan de inmedi

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