Capítulo 82
El corazón de Melchor recibió otra puñalada al ver su indiferencia; esa sensación de estar a punto de perder lo más importante lo envolvía por completo.
De inmediato, sus movimientos se volvieron torpes: se frotó las manos contra el pantalón sin saber qué hacer y, por fin, con los dedos temblorosos, sacó del bolsillo el colgante ya roto.
Estaba hecho pedazos.
Los ojos de Melchor brillaron un instante, como los de un niño que ha cometido una travesura, y con cierta inseguridad murmuró: —Lo sé, estás muy decepcionada de mí. Pero, Caro, yo nunca pensé en romper contigo. Que este se haya roto no importa, podemos pedir otro, ¿vale?
Su voz, apenas un susurro, contenía en el fondo una profunda ternura reprimida, un intento de controlar sus emociones para no asustar a Carolina.
Al ver que ella fruncía ligeramente las cejas, Melchor se apresuró a explicarse, con un dejo de desconcierto en el tono: —Yo...yo no digo que tú lo pidas, esta vez me toca a mí, ¿vale?
Alzó la muñeca izquierda. —Mira, t

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