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Capítulo 1177

El llanto de Antonia se detuvo de inmediato. Se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y dijo: —Entonces, hazlo. El hombre que sostenía el látigo miró instintivamente a Leonardo. Este asintió lentamente. El primer golpe cayó sin demora. Adriel palideció al instante; una profunda herida se abrió en su espalda. No dijo nada. Muy pronto cayó el segundo latigazo. Gustavo, al ver la escena, ya no pudo soportarlo. —¡He dicho que basta! ¡Ya es suficiente! ¿Qué demonios están haciendo? Pero el hombre del látigo continuó, sin prestarle la menor atención. Gustavo apretó los labios; sus ojos se enrojecieron y, de repente, se arrodilló detrás de Adriel, justo en la trayectoria del látigo. —Si van a golpear, háganlo también conmigo. No me moveré. Cerró los ojos, decidido a no apartarse. El que blandía el látigo se detuvo al instante y volvió a mirar a Leonardo. La voz de Leonardo fue helada cuando ordenó a los demás: —Llévenlo aparte y enciérrenlo al costado. Los hombres en la habitación actua

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