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Capítulo 50

En los delgados labios de Alonso siempre había una sonrisa indescriptible. Esa sonrisa ponía a Marcos muy incómodo. Alonso lo miró de reojo y dijo con calma: —Lo siento, aquí no hay ningún anciano. Hizo una pausa repentina y añadió: —Y tampoco vas a entrar, me das asco. En Altavista, pocas veces alguien había tratado a Marcos con ese tono y con esa actitud tan déspota. Mucho menos un supuesto guardaespaldas. Unos momentos más tarde, la expresión de Marcos cambió de forma drástica. Con descaro y desprecio, recorrió con la mirada de arriba abajo al hombre que tenía enfrente a él. —Haz que tu patrón salga. No pierdo el tiempo hablando con empleados, y menos aún con empleados tan maleducados como tú. Al escuchar esas palabras, la sonrisa en el borde de los labios de Alonso se acentuó un poco más. De hecho, estaba disfrutando que el otro no lo reconociera. Si no fuera porque estaba preocupado por Regina, que se encontraba en la habitación, quizá Alonso se habría entretenido un poco más con

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