Capítulo 356
Al ver que Ángeles tomaba un camino cada vez más apartado, una ruta donde incluso varios faroles estaban rotos, la quietud de la noche solo dejaba oír el leve sonido de sus pasos lentos y despreocupados.
Los asesinos sabían que su oportunidad había llegado.
—¡Actúen en este momento!
En un instante, diecisiete sombras negras se abalanzaron silenciosas hacia Ángeles.
Si Ángeles se hubiera girado, solo habría visto un torrente de sombras que, como una feroz marea, se precipitaban hacia ella. En un parpadeo, ya estaban justo detrás de ella.
En medio del viento helado, un destello plateado brilló: una afilada daga se acercaba sigilosa a la garganta de Ángeles desde atrás.
Todo parecía estar a punto de culminar, pero justo en eses preciso instante cuando la daga estaba a unos centímetros de alcanzarla, de repente se detuvo.
El asesino quedó desconcertado. Miró su muñeca y vio que una aguja plateada se había clavado justo en ella. La punta de la aguja aún vibraba ligeramente, de

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