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Capítulo 36

María permanecía en silencio, en el centro del lujoso salón de la mansión, mirando alrededor de ese lugar en el que había vivido durante tres años. Todo lo que veía ahora estaba irreconocible. En las paredes colgaban enormes cuadros, todos ellos retratos artísticos personales de Carmen. Una de las sirvientas bajó las escaleras y la detuvo: —¡Oye! ¡Mira por dónde caminas! ¡Esos son los cuadros favoritos de la señorita Carmen! Si los rompes, ni todo el dinero de este lugar te alcanzará para pagarlos. María nunca había escuchado que un cuadro pudiera romperse solo por mirarlo. Desvió la mirada hacia un piano de cola junto a las ventanas, y la sirvienta, con actitud arrogante, comenzó a hablar: —¿Nunca habías visto algo así? Este piano es un regalo de trescientos mil dólares del señor Alejandro para la señorita Carmen. —El señor Alejandro trata a la señorita Carmen como si fuera su tesoro más preciado, ¡como si la tuviera en la palma de su mano, cuidándola de todo! No importa lo que hayas

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