Capítulo 22
Andrés y Héctor habían agotado todos los recursos posibles.
El poder, las influencias, los regalos costosos, las súplicas desesperadas, los ruegos humillantes, incluso el dolor autoinfligido.
Todo se estrelló contra la muralla de frialdad y silencio que Diana había levantado. Solo quedaron los restos del naufragio y una desesperanza insoportable.
Finalmente, los dos comprendieron aunque no quisieran admitirlo, una verdad inevitable:
La habían perdido. Definitiva y para siempre.
No porque Diana fuera cruel, sino porque ellos mismos habían destruido, con sus propias manos, la posibilidad de afecto, junto con su dignidad y su paz.
En un atardecer lluvioso, Andrés estacionó el carro frente al edificio donde vivía Diana.
No bajó enseguida. A través del parabrisas empañado, miró la ventana iluminada en el tercer piso.
Marcó su número otra vez, sabiendo que estaba bloqueado. Como siempre, solo escuchó el tono y luego el silencio.
Él abrió la puerta del auto y, bajo la lluvia, caminó hasta la

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