Capítulo 11
Los ojos de mi madre se llenaron de lágrimas: —En lo que pasó entonces yo también tuve culpa. Solo quiero quedarme aquí para compensar.
No supe qué decir.
Subí un poco la voz: —¿Para qué? ¿Acaso aquí alguien te lo reconoce?
Las lágrimas terminaron cayendo: —Rodrigo, en realidad, me trata bien. Esther y los demás también. ¿Tú y Pablo seguís igual que antes?
Tragué saliva con dificultad y, al abrir los ojos, evité responder.
No tenía corazón para juzgar a mi madre; sabía que aquí no vivía como una señora adinerada, pero tampoco podía comprenderla del todo.
Me levanté: —Pablo y yo no somos familia. Cuídate, mamá.
Me di la vuelta para irme.
—Patricia. —Me llamó de pronto.
Sus ojos estaban enrojecidos: —Si tienes tiempo, vuelve a visitarnos. Al fin y al cabo, seguimos siendo una familia.
Quise decir algo, pero al final no salió ninguna palabra. Salí de su habitación.
Al bajar, no vi a Pablo. Supuse que seguía en el despacho y decidí esperarlo en el carro.
De niña, adoraba este lugar, había

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