Capítulo 27
Puse los ojos en blanco; no quería hablar con nadie.
Al volver a la residencia, Daniela seguía tumbada en la cama.
Quizá mi mala energía era demasiado evidente, porque se incorporó y se inclinó para examinarme: —¿Qué te pasa?
—Nada. —Me dejé caer en la cama, cerrando los ojos para relajarme.
Ella vino y me arrancó de un tirón las sábanas: —¿Nada? Si se te nota la rabia a kilómetros.
Al ver la preocupación en sus ojos, terminé contándole lo ocurrido aquel día.
Necesitaba desahogarme y, ya que estaba dispuesta a escuchar, aproveché.
Al terminar de contarlo todo, sentí que algo no encajaba.
Ella estaba furiosa: —Menudos desgraciados. ¿Cómo puedes quedarte callada y tragarte una humillación así? Si no llega a ser porque Pablo estaba detrás ayudándote, las consecuencias...
Su voz se quebró: —Ni siquiera quiero imaginarlas.
Al ver sus ojos enrojecidos, sonreí con ternura y le tendí un pañuelo: —Bueno, ahora estoy bien, ¿no?
Pero aquello pareció activar algo en ella, y se echó a llorar con má

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