Capítulo 46
María ya había perdido la razón.
Para conseguir el divorcio, estaba dispuesta a hacer cualquier cosa.
No solo se trataba de no dejarla estar con Eduardo; incluso si tenía que dejar esta ciudad y vivir en otro lugar, también lo haría.
Alejandro observaba a la mujer frente a él con una mirada intensa desde el otro lado de la mesa.
Ella tenía un rostro pequeño, no con una barbilla puntiaguda, sino una barbilla redonda con un poco de carne. Sus ojos eran grandes, de doble párpado, con largas pestañas que proyectaban una sombra en forma de abanico bajo la luz del candelabro de cristal que iluminaba su cara.
Sus labios, delgados y rojos, pronunciaban en ese momento palabras que lo enfurecían.
En innumerables noches, esos labios le habían proporcionado el mayor placer, haciendo que experimentara la maravillosa intimidad entre un hombre y una mujer.
Para ser sincero, durante mucho tiempo él también pensó que no le gustaba María, que en realidad la detestaba.
Pero...
Cuando María fue la primera

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