Capítulo 18
Las súplicas desesperadas de Patricia no hicieron mella en Carlos.
Al instante siguiente, sintió un dolor agudo en el cuero cabelludo, los guardias la arrastraban de los cabellos hasta un armazón de madera.
Le sujetaron los brazos con cadenas de hierro por encima de la cabeza.
—Rosa siempre fue buena contigo, y aun así la traicionaste. ¿Por qué?
La voz de Carlos sonó helada mientras ordenaba a los hombres actuar.
Uno de los guardias tomó un hierro candente del brasero y lo estampó contra su clavícula.
—¡Aaaah!
El hedor de la carne quemada llenó el aire. Patricia se retorcía en vano; las cadenas le mordían la piel con cada movimiento.
El hierro ardiente volvió a presionar su piel una y otra vez, dejando marcas que la hacían gritar como nunca.
—¡No es verdad! ¡Ella buscó gente para incriminarme!
Jadeaba, desfigurada por el dolor.
—¿Ah, sí? Parece que todavía no quieres admitirlo.
Carlos tomó una jarra de agua salada y la vertió sobre sus heridas, luego le arrojó un vaso al rostro.
—Las c

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