Capítulo 25
Su tono llevaba un matiz de amargura: —Cuando te fuiste al extranjero esos tres años, yo te seguí como loco. No fue por otra razón, sino porque... me gustas, Viviana. Me gustas desde que éramos muy pequeños.
Estas palabras, como una corriente cálida, fluyeron lentamente hacia el corazón de Viviana.
Ella lo miró atónita, observando la profunda ternura y el nerviosismo que él no intentaba ocultar en sus ojos.
Durante esos tres años, todas las cosas buenas que Leopoldo había hecho por ella, Viviana las recordaba una a una.
La acompañó en la soledad de sus primeros días en un país extranjero, la apoyó en silencio cuando su carrera tropezó, la cuidó con esmero sin dormir cuando enfermó, y respetó cada una de sus decisiones, sin ejercer presión alguna sobre ella. Su compañía fue cálida y constante.
Leopoldo le tomó la mano, su palma era cálida y seca: —Viviana, sé que aún tienes heridas en tu corazón, que no has superado del todo el pasado. No tengo prisa, puedo esperar. Solo quiero pregunta

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