Capítulo 40 Maestría en el arte de la seducción
Cuando empujaron con fuerza a Nora dentro del automóvil, su cabeza chocó contra el respaldo de cuero del asiento trasero. Aún tenía la mente nublada, pero en el instante en que su mirada se cruzó con la de aquella mujer, todo el vello de su cuerpo se erizó.
Silvia tenía una mirada imponente: cejas y ojos llenos de determinación, un entrecejo ligeramente marcado, un puente nasal recto y una presencia aplastante. Solo sus labios conservaban un toque femenino.
Incluso quienes desconocían sus orígenes, al ver esa cara, sentían instintivamente el impulso de mantenerse alejados de ella.
Aquella cara le resultaba demasiado familiar. Cada noche, Nora apretaba los dientes recordándola antes de dormir.
Ya no podía recordar cuántas veces había soñado con Silvia esposada y encadenada por los pies, siendo llevada a la corte para esperar sentencia. Exactamente igual que la imagen de su padre, destrozado y sin figura humana, cuando lo llevaron al tribunal.
Pero en ese momento, esa mujer llevaba un ma

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