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Capítulo 14

El médico no dijo nada más y le inyectó la anestesia. En medio de un terror extremo, Berta no perdió el conocimiento, al contrario, siguió con los ojos abiertos, viendo cómo el médico abría su abdomen. Dentro de ella, el bebé tenía pulso, estaba quietecito. Si lo sacaban, ese niño podría vivir. Ella lloró y gritó: —¡El niño! ¡Mi hijo! Pero tras una sola inyección, ese bebé que hacía un momento tenía pulso, fue perdiendo poco a poco la vida. —¡Ah! —ella gritó con todas sus fuerzas, aunque le habían puesto anestesia, podía experimentar dolor. Su hijo, el hijo que siempre había deseado, murió. Ella, llena de rabia, abrió los ojos y forcejeó. —¡Abelardo, Abelardo! ¡Es nuestro hijo! ¿Cómo pudiste ser tan cruel? Nadie le respondió. El feto muerto fue sacado por el médico y arrojado a la basura, como si no tuviera ningún valor. Abelardo se dio la vuelta y se fue, tenía otros asuntos que atender y no podía quedarse ahí para siempre. Berta, entre gritos y lágrimas, se desmayó, ni siquiera tuvo

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