Capítulo 8
Al segundo día de la partida de Magdalena al extranjero, Ximena no pudo esperar más y ordenó a los sirvientes cambiar todas las cortinas y alfombras de la casa por los estilos que a ella le gustaban.
Al atardecer, Baltazar entró en la casa y su mirada se endureció de inmediato.
Varios sirvientes estaban sacando el escritorio del estudio de Magdalena; encima aún se encontraban su pluma estilográfica habitual y algunos de sus libros.
—¿Qué están haciendo ustedes? —su voz grave y gélida congeló al instante todo el ambiente en la sala.
Los sirvientes se quedaron petrificados en el lugar y uno se apresuró a explicar: —Señor Baltazar, la señorita Ximena dijo que esta habitación tiene buena luz y quiere convertirla en un taller de pintura...
La mirada de Baltazar se volvió sombría, y su voz era fría. —¿Convertirla en un taller de pintura? ¿Y qué pasará cuando Magdalena regrese?
Los sirvientes bajaron la cabeza, nadie se atrevía a responder.
En esos días, Ximena ya les había ordenado en secret

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