Capítulo 8
La sonrisa de Renata se congeló. Tomó una foto del suelo y la miró una y otra vez, incrédula.
Su pecho subía y bajaba de ira: —Elisa, ¿no me habías asegurado que tu vida privada era intachable? ¿Qué significa esto?
Ella había aceptado ese matrimonio porque creía que Elisa era pura y, además, fértil.
Pensó que le había conseguido a su hijo una buena esposa, pero en realidad era una farsante despreciable.
Elisa sintió un escalofrío y negó con la cabeza: —Es Sofía. Se están confundiendo, no soy yo.
Mientras trataba de explicarse, buscaba desesperadamente una salida.
No podía reconocer esas fotos. Le había costado demasiado acercarse a la riqueza como para perderlo todo ahora.
En segundos inventó una excusa y dijo con aparente calma: —Mi hermana y yo somos idénticas. Debe de ser ella. Lo hizo por envidia.
Creyó que era una coartada perfecta, pero no sabía que en la alta sociedad nadie era tan ingenuo.
Su nerviosismo la delataba.
Gabriel desvió la mirada con asco. Había amado a Elisa, y por

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