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Capítulo 38

No es de extrañar que no lo encontrara cuando estaba buscando entre los arbustos antes. Inés curva sus labios y dice: —Si te atreves a dejarlo en los arbustos, deberías haber pensado que yo podría tomarlo. —De hecho, esto es gracias a ti, por haberlo empaquetado en camuflaje; de lo contrario... incluso si lo dejaba en el suelo, alguien lo habría visto y recogido. Al oír esto, la criada confiesa su crimen sin reservas: —Lo siento, Señora Inés, fue un momento de confusión... intenté incriminarte. —Lo siento, Señora Inés, es mi culpa, por favor, perdóname. Diciendo esto, la criada, temblorosa, se arrodilla frente a Inés, aferrándose lastimeramente a los bajos de su pantalón. Daniel, con los brazos cruzados, frunce el ceño y aparta con una patada la mano de la criada. Ella es solo una simple sirvienta; no tiene tanto valor como para incriminar a Inés. Debe haber alguien que la instruyó para hacerlo. —Dime, ¿quién te mandó hacer esto? La voz de Daniel, fría como el hielo de invierno, hace t

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