Capítulo 57
Estremeciéndome, desvié la mirada.
Si bien no podía ver su rostro, escuchaba cómo su respiración se volvía cada vez más pesada.
“Dem*nios”, madijo.
“¿Te gusta?”, pregunté.
El último rastro de vergüenza en mí me llevó a taparme la entrepierna con las manos, a pesar de que era algo que él ya había visto antes.
“Sí. Me encanta”, respondió.
Luego, me empujó a la cama y me apoyó contra su estómago.
Cuando me acarició las pantorrillas, sentí un escalofrío recorriéndome la espalda.
Me alivié de estar sentada.
Poco a poco, fue subiendo. Su suave toque, tan ligero como una pluma, me puso la piel de gallina.
Con su mirada y su toque, me hizo saber cuánto me deseaba.
Luego, puso la cálida palma de sus manos en mi entrepierna, cubriéndome.
No pasó mucho para que extendiera los dedos y ejerciera una leve presión.
En ese mismo lugar, empecé a sentir un intenso calor que luego se extendió por mis venas.
Siguió acariciándome con lentos movimientos.
Yo, por mi parte, empecé a frotarme contra su mano.

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