Capítulo 48
Los ojos oscuros y penetrantes de Salvador la miraban fijamente.
Adriana evitaba su mirada, bajando los ojos, dejando claro que no deseaba decir nada más.
La tensión en el aire se prolongó unos segundos, hasta que Belén, ajena a lo que sucedía en la sala, se acercó diciendo: —Señor, señora, la comida está servida.
Adriana se levantó y se dirigió al comedor.
Salvador la observaba mientras se alejaba, sintiendo repentinamente que esta mujer lo ignoraba constantemente.
No era que él careciera de atractivo para las mujeres; de hecho, Adriana le había confesado que le gustaba. Sin embargo, nunca había sentido algo así.
Desde que se casaron, él frecuentemente le había pedido que terminara sus relaciones con otras mujeres, y ella siempre lo hacía de manera impersonal, como si fuera un asunto estrictamente profesional. Nunca le había reclamado nada, como hacía la señora Silva, y siempre había sido obediente, cuidando de no revelar su identidad.
Aquel día, ella de repente le dijo

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