Capítulo 27
Si hubiera sido antes, Lorena sin duda lo habría refutado; habría pensado que era insoportable.
Pero ahora, ni siquiera podía mirarlo más de unas pocas veces sin sentirse asqueada. Se lavó las manos y se levantó para irse.
Sin embargo, no había comido casi nada en todo el día; en ese momento sintió una ligera hipoglucemia y casi se desplomó.
El dolor que esperaba no llegó, porque Salvador la sostuvo entre sus brazos.
El costoso traje que él llevaba se manchó, y como acababa de salir del auto con demasiada prisa, ni siquiera había abierto el paraguas; la llovizna caía sobre ambos.
Raúl, el conductor, al ver la escena, se apresuró a abrir un paraguas.
Salvador conducía ahora un Rolls-Royce, y el auto tenía su propio paraguas. Se decía que aquel paraguas, vendido por separado, costaba quince mil dólares.
Cuando el mareo en la cabeza de Lorena finalmente se disipó, levantó la mano para empujarlo.
Pero Salvador la abrazó con más fuerza y, tirando de ella, la metió en el carro.
—¡Suéltame!
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