Capítulo 23
Cuando Guillermo despertó, ante sus ojos no había nadie.
Su asistente estaba junto a la cama. Con la voz entrecortada, dijo: —Señor, la bala atravesó su pulmón, estuvo a punto de no salvarse...
—En ese momento, podía haberse escondido en el auto, ¿por qué decidió ponerse delante de esa bala por ese hombre?
Guillermo solo torció un poco los labios.
Porque, en ese momento, Jorge estaba abrazando a su Lola.
Y cuando ella lo sostuvo llorando, él entendió lo que significaba su dolor.
Fue su propia arrogancia la que lo hizo perderla.
Guillermo giró la cabeza y miró por la ventana; la luz del sol seguía siendo radiante.
Tan hermosa como esa tarde en que él estaba sentado en el sofá revisando documentos y Dolores, con un libro en la mano, saltó y se sentó junto a sus piernas, con una sonrisa.
—Tú sigue con tu trabajo, yo te acompañaré un rato.
La brisa levantaba su cabello, enredándose entre sus dedos y también en su corazón.
—Ah, señor, esto es lo que la criada trajo, la caja de regalo que la

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