Capítulo 120
Sara todavía estaba en el puesto, dibujando. No tenía pinturas ni materiales de arte.
Solo tenía una hoja blanca y unos marcadores de colores que le había prestado la hija de la jefa del puesto de pato asado de al lado.
Cuando Ana se acercó para mirar, vio que estaba pintando un cuadro floral del tipo que solía gustar a las personas mayores. En la hoja destacaban grandes peonías, vivas y llenas de color; incluso Ana, que no entendía de pintura, pudo notar que el trazo tenía una base firme y una técnica muy refinada.
Al verla tan concentrada, Ana se acercó suavemente y le dijo en voz baja: —Sara, voy a dar clases particulares. ¿Puedes esperarme aquí? Volveré en dos horas para recogerte. Anota mi número de celular. Si pasa algo, llámame.
Ana pensó que Sara dudaría, ya que era muy tímida.
Pero, para su sorpresa, la cara de la joven se iluminó de alegría. Sacó rápidamente su celular y anotó el número.
Tener un medio de contacto con Ana la hacía sentir feliz. Así, cuando su pierna sanara, p

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