Capítulo 18
—Señor Jesús —dijo Cecilia con una voz fría, como un manantial helado, cada palabra golpeando con precisión los nervios de Jesús, que ya estaban al borde del colapso. —Por favor, compórtese.
Cecilia hizo una pausa; su mirada recorrió a Jesús y luego a Pilar, cuya cara se había vuelto pálida. Una ligera curva de burla se dibujó en sus labios.
—Lo nuestro terminó hace mucho, cuando decidiste arrojarme a mí y a nuestro hijo aún no nacido desde el quinto piso. Ya no hay nada que decir.
Dicho esto, Cecilia no volvió a mirarlo. Con naturalidad, tomó el brazo de Emilio, que la esperaba a un lado. Juntos caminaron con paso firme hacia el centro del salón, dejando tras de sí la imagen de una pareja perfecta y decidida.
Jesús se quedó inmóvil, con la mano aún extendida como si tratara de retenerla, pero solo le quedó la frialdad del aire y el vacío de su propio gesto.
Las risas contenidas, las miradas de desdén o compasión a su alrededor, se clavaban en él como mil agujas.
Miró a Pilar, cuya car

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