Capítulo 29
Emilio era ahora más maduro y sereno que cinco años atrás. Su mirada hacia Cecilia estaba colmada de un amor abierto, profundo y de un orgullo imposible de ocultar.
Le entregó el ramo de flores y, con un gesto natural, rodeó su cintura, depositando un suave beso en su frente.
Bajo las luces del escenario, Cecilia sonrió y se recostó con dulzura sobre el pecho de Emilio. En sus dedos anulares brillaban las alianzas de platino a juego, resplandeciendo con una luz tan hermosa como punzante.
El público estalló una vez más en aplausos y vítores llenos de admiración y buenos deseos.
Cecilio alzó la cabeza para mirar a su padre y, en voz baja, preguntó: —Papá, esa señora es muy bonita... ¿Es una estrella?
Jesús no respondió. Solo mantuvo la vista fija en ellos, en ese cuadro perfecto sobre el escenario. Su corazón se sentía atrapado por una mano invisible, apretado hasta doler, hasta que el aire le faltó en los pulmones. Llevó inconscientemente la mano al anular, donde el anillo ya no estaba

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