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Capítulo 288

Ella apenas se fue, César empujó la puerta y entró, colocándose respetuosamente frente a Pedro, con la mente ágil. Esos guardaespaldas, en efecto, pertenecían a don Iván. En ese momento iban de camino a la casa de los Guzmán, y si el jefe Pedro no intervenía para detenerlos, lo que Lorena había dicho llegaría sin duda a oídos de Don Iván. Había entrado ahora precisamente para observar la actitud del jefe Pedro. César no dijo nada y esperó en silencio. Pero pasaron diez minutos, y Pedro seguía revisando los documentos en la misma postura. El sonido de la pluma rozando el papel se escuchaba con particular claridad. Cuando el tiempo estuvo por llegar a los quince minutos, César se atrevió a preguntar con cautela: —¿Jefe Pedro, desea que los detenga? La pluma en la mano de Pedro se detuvo por un instante, sus ojos brillaron levemente, y luego volvieron a mostrarse tranquilos. —No hace falta. —Pero... Si no los detenían, don Iván realmente actuaría. A veces, César no lograba entender qué er

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