Capítulo 930
Juan rodó y se arrastró hacia adelante, hasta que cayó de bruces en la amplia carretera.
Tenía las palmas llenas de heridas y, al mirar hacia atrás, vio que Lorena ya había llegado a su lado.
Lorena respiró hondo. —¿Sabes cuánto tiempo llevamos buscándote? ¿Y ahora te escondes de mí? ¿Te has vuelto loco?
El rostro de Juan estaba pálido. Sus dedos tocaron un palo y, levantando la mano, lo dirigió hacia su propio ojo.
Lorena no alcanzó a detenerlo; vio con sus propios ojos cómo se lo clavaba hasta hacer brotar la sangre. La escena resultaba aterradora.
La gente que pasaba alrededor gritó horrorizada.
Lorena se estremeció de pies a cabeza y, corriendo hacia él, le dio una patada al palo para apartarlo de sus manos; de lo contrario, él mismo se habría dejado ciego del otro ojo.
—¡Estás loco!
Furiosa, llamó de inmediato a una ambulancia. Con los ojos enrojecidos, lo acompañó a subir al vehículo.
Juan permaneció en silencio, sin quejarse de dolor, sin mirarla siquiera, con la sangre deslizán

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