Capítulo 1089
Él seguía insistiendo en llevarla a casa.
Raquel extendió la mano y lo abrazó.
Alberto la estrechó con tanta fuerza que parecía querer fundirla en sus huesos, como si así pudiera no volver a separarse nunca más de ella.
Pero, aun así, tenían que separarse.
Ella no podía irse con él a casa.
Él podía ignorar su propio cuerpo para venir a buscarla, pero ella no podía simplemente quedarse mirando cómo él se hundía cada vez más.
Raquel dijo: —¡Alberto, me voy!
Soltó sus brazos, abrió la puerta del vehículo, bajó y se marchó.
—¡Raquelita! —la llamó Alberto.
También bajó del automóvil y gritó su nombre.
Pero no se detuvo. Se alejó sin mirar atrás.
Alberto arrugó la cara y, abatido, se apoyó contra la carrocería del auto. Sacó un cigarrillo, lo encendió y aspiró lentamente.
En ese momento, Francisco se acercó y preguntó: —Señor Alberto, ¿a dónde vamos ahora?
Alberto dio una calada profunda y exhaló el humo con lentitud, sin decir palabra.
...
En el camino de regreso a casa, Raquel ya había rec

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