Capítulo 111
En realidad, después de todos estos años, ya se había acostumbrado. De tanto vagar, había crecido.
Pero, al final, descubrió que, más que el sufrimiento, era la calidez lo que más hacía llorar a una persona.
Doña Isabel extendió los brazos y abrazó a Raquel, dándole suaves palmadas en la espalda, como si estuviera consolando a un niño. —Niña tonta, ¿por qué sigues siendo tan formal con tu abuela?
—Abuela, quiero decirte algo.
—Dime, ¿qué pasa?
Desde la puerta, Alberto observaba a Raquel. Ella apoyaba la cabeza en el hombro de su abuela, sus largas y espesas pestañas temblaban como el aleteo de un abanico, y gruesas lágrimas caían en silencio. —Abuela, ya no puedo seguir viviendo aquí. Me voy.
Doña Isabel se sobresaltó. —¿Por qué? ¿Acaso ese mocoso de Alberto te ha vuelto a molestar? ¡Voy a darle una lección ahora mismo!
Pablo, que estaba cerca, le pasó inmediatamente un plumero. —¡Doña Isabel, use esto!
Doña Isabel lo tomó sin dudar. —¡Raquelita, no te vayas! ¿Por qué t

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