Capítulo 508
Alberto estaba solo en el corredor; no se marchó de inmediato, sino que se quedó allí, parado.
La iluminación tenue del corredor del hospital se proyectaba sobre sus firmes hombros, envolviéndolo en sombras difusas.
En ese momento, se acercó Francisco: —Jefe, ¿esta noche regresamos a la empresa o a Villa del Lago?
Alberto esbozó una leve sonrisa con sus delgados labios: —Tú vuelve primero.
Francisco asintió: —Sí, jefe.
Francisco se marchó.
Alberto se acercó a la ventana. En sus oídos resonaban de nuevo las palabras de Raquel en la llamada con Luis: afirmaba que ya no quería estar en Solarena, que se iría, que Luis la llevaría.
Ella llevaba en su vientre un hijo de Luis; seguramente, Luis y ella serían felices.
A su lado estaba Ana; Ana era su responsabilidad ineludible. Probablemente también se casaría con Ana, ¿verdad?
De ahora en adelante se separarían, y cada uno tendría su propia vida; eso estaba bien.
Realmente, estaba bien.
Alberto se esforzaba con todo su ser y su razón para con

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