Capítulo 12
Tras hacer escala, el asiento de Sonia ya no estaba junto a la ventanilla.
Aun así, en su mente seguía dando vueltas la imagen de aquella gatita.
Cabeza redonda, ojos color ámbar entrecerrados como lunas, el pelaje en el cuello tan parecido al de la gata que recordaba.
—Perdona, ¿podríamos intercambiar de asiento? De repente, una voz suave y cálida sonó sobre ella.
Sonia alzó la mirada y se encontró con unos ojos llenos de sincera disculpa.
Ignacio sostenía el transportín en brazos; en los dedos aún quedaban rastros de pelo de gato: —Eres tú, ¡qué coincidencia!
Sonia se sorprendió gratamente. Niebla, al notar su mirada, saltó con energía y apoyó la húmeda nariz sobre la mano de Sonia.
El calor de su mano le hizo arder los ojos. Sonia apartó la cara, pero escuchó en voz baja: —Parece que le gustas mucho.
—No imaginaba que íbamos al mismo destino. ¿Niebla es una gata que tuviste en tu país?
—Sí. Volví para recogerla, era una callejera que rescaté aquí.
Ignacio abrió la galería del teléfo

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