Capítulo 16
Desde el pasillo del edificio se oyó un golpe sordo.
Sonia abrió la puerta y vio a su nueva vecina, Teresa, sentada en el suelo, con una perrita en brazos.
—¡Sonia, ¿qué hago?! ¡La perrita no puede respirar!
Teresa tenía la voz quebrada por el llanto y la ansiedad era evidente.
Sonia se agachó de inmediato, el abdomen del animal subía y bajaba con violencia, y las patas delanteras temblaban incontrolablemente.
Recordó la tarjeta de Ignacio y, sin dudar, le llamó.
Apenas respondió, la voz serena de Ignacio sonó al otro lado: —Ponla en una superficie plana y, con el índice y el corazón, presiona entre las costillas del lado izquierdo.
Sonia tiró de una toalla y la extendió en el suelo, siguiendo las instrucciones al pie de la letra.
Teresa, temblando, sujetó las patitas de la perra, con las palmas empapadas de sudor.
—Haz diez compresiones por minuto, yo voy de camino.
La voz de Ignacio llegaba mezclada con el ruido del motor: —No te detengas, pase lo que pase.
Sonia no se atrevía a para

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