Capítulo 17
Javier se sentó al volante y, con movimientos fluidos, puso el coche en marcha: —Será más seguro si te llevo yo.
Laura apretó el bastón. En los últimos días, su vista había comenzado a mejorar de forma inesperada.
La neblina frente a sus ojos se había disipado bastante, y en las actividades diarias ya apenas notaba limitaciones. Los exámenes médicos confirmaban que el daño en el nervio óptico estaba remitiendo. Eso significaba que pronto dejaría aquel lugar.
El coche llegó enseguida al puerto, y Laura pidió bajarse a mitad de camino para comprar un ramo de campánulas.
Le gustaban las campánulas.
De niña, había crecido junto a Teresa en una casita del campo, donde abundaban esas flores.
Más tarde, Víctor trajo desde el extranjero variedades de colores raros y llenó el jardín entero solo para ella.
Pero ahora, todo aquello había quedado atrás.
—Javier, quiero ir sola hasta la orilla para mirar el mar desde lejos.
Laura se bajó del coche con gorro y mascarilla.
Javier aceptó sin discutir,

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