Capítulo 12
En la frontera oriental de Europa, azotada por la guerra.
Rosa se abría paso entre los heridos, su ropa empapada de sangre, sudando profusamente, hasta que el personal médico de relevo llegó y apenas pudo respirar aliviada.
Se sentó sobre un viejo cajón de municiones cubierto de polvo, frotándose las piernas adoloridas mientras miraba, atónita, la humareda que aún no se disipaba a lo lejos.
Después de salir del país, había pensado en continuar sus estudios.
Pero el daño sufrido en su tierra natal la había llevado a la depresión; cada noche soñaba con ser humillada y torturada, y perdía grandes cantidades de cabello.
Justo en ese momento, conoció la "Misión Esperanza Médica" y no dudó en inscribirse.
Durante los meses siguientes, acompañó a la gran unidad desplegada en diversos campos de batalla.
Aunque estaba agotada, el ritmo de vida repentinamente intenso le impidió pensar en aquellas cosas tan horribles.
—¡Rosa, tengo una buena noticia! —dijo Teresa Jiménez, una amiga reciente, jade

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