Capítulo 47
El crisantemo podía aliviar la fatiga, calmar la mente y tranquilizar el espíritu.
Esas macetas habían sido seleccionadas con sumo cuidado por Camila: su fragancia no era demasiado fuerte, pero tampoco demasiado débil.
Al aspirar su delicada aroma, uno no podía evitar relajarse sin darse cuenta.
Camila se lavó con meticulosidad las manos, regresó con una máscara ocular negra para bloquear la luz y se la ofreció respetuosa a Baltasar.
Él, que tenía cierta manía con la limpieza, no la tomó de inmediato.
Tomás preguntó apresuradamente: —¿Esto es nuevo? ¿Lo lavaste?
Camila adivinó enseguida que Baltasar era un maniático de la limpieza.
Ella lo comprendía muy bien; al fin y al cabo, todos los miembros de la familia Gutiérrez tenían grados distintos de obsesión por la higiene.
Para cuidarlos, hacía tiempo que se había acostumbrado a limpiar en extremo y desinfectar con meticulosidad todo el equipo médico.
—Tranquilo, lo acabo de desinfectar —dijo ella.
Por eso, cuando trató a Tomás, no le pu

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