Capítulo 27
El tiempo pasó sin hacer ruido, y varios años se deslizaron en silencio.
La vida matrimonial de Amaya y Sergio transcurrió serena y feliz.
Sergio protegía a Amaya con esmero, la consentía como a una auténtica princesa.
En el rostro de Amaya siempre había una sonrisa serena, propia de quien vive amada y en paz.
De vez en cuando organizaba pequeñas exposiciones de pintura; sus obras estaban llenas de amor por la vida y de reflexiones profundas, con un estilo cada vez más maduro y amplio.
Más tarde, tuvieron una hija adorable.
La llegada de la niña trajo aún más risas y alegría a la familia.
En Amaya apareció una nueva suavidad, el brillo sereno de una madre.
A menudo empujaba el cochecito junto a Sergio durante sus paseos por el parque; bajo el sol, la silueta de los tres resultaba cálida y entrañable, digna de envidia.
Parecía haber sellado el pasado por completo y haber alcanzado una vida nueva y plena.
En una gala benéfica empresarial de alto nivel, concurrida por numerosas figuras de

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