Capítulo 40
Carmen se frotó las sienes; su mirada vaciló y balbuceó: —Alejandro, yo... mis recuerdos siempre han sido un poco confusos...
En los ojos de Alejandro pasó una sombra de duda, pero finalmente no preguntó más.
Desvió el tema con una voz fría y dura: —Laura, acompaña a la señorita Carmen al campo de golf. Yo no voy.
María frunció el ceño, con un descontento que no podía mostrar.
Aun así, solo pudo inclinar la cabeza y responder: —Sí, señor Alejandro.
Javier protestó enseguida: —Padre, ¿y yo?
Alejandro le lanzó una mirada severa, sin permitir objeciones: —Tú vienes conmigo a practicar taekwondo.
En un abrir y cerrar de ojos, María ya había llegado al campo de golf junto a Carmen.
Bajo una sombrilla, una señora enjoyada descansaba con aire despreocupado, a su lado yacía un enorme mastín tibetano de pelaje espeso.
Carmen hizo un swing deliberado; la bola blanca trazó una curva en el aire y rodó hasta quedar justo junto a las patas del mastín tibetano.
Instantáneamente, se despertó el instin

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