Capítulo 53
Alejandro mantuvo siempre la mirada puesta en la ventanilla, sin presentar ninguna objeción.
María, al verlo así, se retiró con discreción.
Al observar cómo el auto de ellos se alejaba cada vez más, la comisura de sus labios se curvó en una línea helada.
Parecía ser que el efecto de la noche anterior había sido muy bueno.
—Qué lástima, Alejandro, por fin decidiste dejarme en paz, pero yo no pienso dejarte tan fácilmente.
María fingió sentirse indispuesta delante de la empleada y regresó a su habitación.
Tras cerrar la puerta con llave, ¡saltó por la ventana!
El cuerpo reforzado por el chip hacía que su velocidad superara con creces la de una persona común; ningún guardaespaldas advirtió su ausencia.
Al otro lado, en la joyería.
Alejandro ya había ordenado preparar diez modelos únicos de anillos de diamantes para que Carmen los eligiera.
Ella se colocó en el dedo una enorme sortija de diamantes, resplandeciente como un haz de luz, y volvió la cabeza hacia el hombre a su lado con una son

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