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Capítulo 3

—Me llamo Alicia, tengo... Antes de que pudiera terminar, Lourdes se adelantó a hablar. —Tiene poco más de dos años. Esa actitud evasiva intensificó las sospechas de Roberto, quien estaba a punto de preguntar por la niña. Pero, en ese momento, ella extendió los brazos y corrió hacia él. —¡Papá, abrázame! Alberto se quedó perplejo por un instante, pero su cuerpo reaccionó primero y alzó a la niña en brazos. Al oír eso, Roberto sintió como si le hubieran echado un balde de agua; se quedó paralizado. Giró la cabeza para mirar a la mujer y preguntó, con voz grave: —Entonces, ¿es tu hija? —Sí. Respondió ella, esforzándose por mantener la calma y apretando las manos. —Entonces, que estemos divorciados ya no importa, ¡porque ahora tengo una familia de verdad! Alberto comprendió su intención y se adelantó a tomarla del brazo. —Vámonos, nuestra hija tiene que recibir una inyección en un rato. —Está bien. Cuando los tres se alejaron, tomados de la mano, la voz de Roberto se escuchó de nuevo. —No pensaba vengarme, ¡pero ustedes me obligaron! Al oírlo, los tres se giraron con precaución. —¿Qué piensas hacer? —preguntó Lourdes, algo inquieta. Él parecía haber recobrado la calma, pero la sonrisa en sus labios era gélida y su mirada se posó sobre Alberto. —Si te atreviste a quitarme lo que es mío, tendrás que asumir las consecuencias. Todo parecía haberse calmado. Lourdes fue a hacer los trámites del alta médico, cuando, escuchó una noticia en la televisión. —El Alma del Sol de la familia Barrera compró el proyecto del Grupo Rosario de la familia Flores pagando un 10% por encima del precio del mercado. Este ya es el tercer proyecto arrebatado esta semana... Lourdes arrugó la cara, nunca imaginó que lo ocurrido ese día traería tantos problemas a la familia Flores. —Mamá. Alicia le tiró de la mano y señaló la pantalla del televisor. —¿Por qué está el hombre malo de ese día en la televisión? Ella no sabía cómo explicarle a su hija, así que solo pudo cambiar de tema. Al salir del hospital, vieron el auto de Alberto esperando al borde de el andén. Bajó la ventanilla y dijo: —Suban, las llevo a casa. Como había otros autos esperando atrás, Lourdes no pudo negarse. Subió con la niña en brazos. —¡Hola, Alberto! —¡Alicia! Él sacó un juguete del asiento del copiloto y se lo entregó. —Para celebrar tu salida del hospital, este es un regalo para ti. —¡Gracias! Al ver a su hija tan feliz, Lourdes sintió aún más remordimiento. —¿Y tu empresa...? ¿Estás muy ocupado? Perdón por hacerte venir. Alberto negó sonriendo, mientras conducía de regreso. —No te preocupes, la familia Flores no es tan frágil. Además, no estudié en el extranjero en vano. Esta es una buena oportunidad para demostrar lo que valgo. Lourdes sabía que lo decía para tranquilizarla, así que no insistió. Muy pronto, llegaron al apartamento que habían alquilado. Después de charlar un poco, los tres se despidieron. Ella regresó a casa con su hija, cuando entraron, la niña ladeó la cabeza y preguntó: —Mamá, ¿a Alberto lo estaban maltratando? No esperaba esa pregunta y soltó una pequeña risa. —¿Por qué dices eso? —¡Porque el hombre malo de ese día fue muy grosero! —Alicia hizo un puchero—. Iba a llamarlo, pero ya no quiero. Al escuchar eso, ella se detuvo en seco, se agachó y miró a su hija. —¿Qué quieres decir con llamarlo? ¿Tienes el número de ese hombre? —Sí, el hombre malo me lo dio. Alicia buscó en su mochila y sacó una tarjeta de presentación. —Es esta. Lourdes la tomó y vio que era de Roberto. Llevó a su hija con el casero del apartamento para que la ayudara a cuidarla y luego sacó su celular para llamar. El teléfono timbró cuatro veces antes de que alguien contestara. —¿Hola? —Soy yo —dijo, apenas habló, pero, al instante, la llamada fue colgada. Volvió a marcar, pero la volvieron a rechazar. Sin más opciones, tuvo que enviarle un mensaje. [Quiero hablar contigo sobre lo que está pasando con la familia Flores. ¿Podemos conversar?] [Nuestros asuntos no deberían afectar a otros. Espero que seas racional...] Le envió varios mensajes, pero no recibió respuesta. Pensó que sería ignorada. Sin embargo, el teléfono vibró: Roberto había respondido. Era la ubicación de un hotel y el número de la habitación, con una nota que decía: [A las 10 p.m.] Era un hotel del Alma del Sol, que antes pertenecía a la familia Suárez. Había sido remodelado y se había convertido en el más lujoso del centro de la ciudad. Lourdes se paró frente a la puerta de la habitación, respiró hondo y reunió valor para tocar. Un minuto después, se escucharon pasos desde el interior. La puerta se abrió y apareció Roberto con el torso desnudo, solo envuelto con una toalla, con el cuerpo aún húmedo por el vapor. —Llegaste puntual. Lourdes bajó la mirada al ver sus abdominales marcados. Pero al escuchar sus pasos alejándose, no le quedó más remedio que seguirlo, aunque con algo de nervios. —Vine a hablar contigo sobre la familia Flores. —Si quieres negociar, muestra algo de sinceridad. Al menos necesitas tener con qué hacerlo. Pero si no tienes nada... Roberto se dejó caer sobre el sofá, con su mirada cargada de intención. —Entonces, vienes a suplicar. Lourdes apretó los dedos. —Supongamos que te lo estoy suplicando. Solo quiero que dejes en paz a la familia Flores. —¡Así que quieres poner condiciones! Él tenía una actitud despreocupada. Al verla cabizbaja e incómoda, su mirada se volvió más descarada. —Si de verdad fueras tan altruista, por lo menos te habrías arreglado un poco. Así aumentarías las probabilidades de seducirme. —¡Ni lo pienses! Ella se puso roja de ira y alzó la cabeza. —¿Qué diablos es lo que quieres? Sus ojos ardían de rabia. Incluso, vestida con una camiseta y pantalones cortos, seguía deslumbrante. Los ojos de Roberto se nublaron por un instante, pero enseguida su expresión se volvió helada. Ordenó, sin rodeos: —¡Desnúdate! Lourdes se aferró a su ropa. Dijo, con voz temblorosa. —Ya estamos divorciados, y yo... —¡Si no lo haces, lárgate! La interrumpió, con una voz llena de malicia. —Me fuiste infiel y ¿todavía finges ser inocente? La próxima semana tu hombre tiene varios proyectos por firmar. Agradécele de mi parte. —¡Roberto! Gritó con furia, mientras las lágrimas corrían por su cara. No se sabía cuánto tiempo había pasado cuando, se secó las lágrimas y tomó una decisión. —Si hago lo que dices, ¿dejarás en paz a la familia Flores? —Puedes intentarlo. Respondió, recostado con desgano, sonriendo con una burla cruel. Ella cerró los ojos con dolor y comenzó a desabotonarse la blusa. La camisa cayó, luego la camiseta interior... Hasta quedar solo en ropa interior. —¡Sigue! Ordenó él, sin expresión alguna, los dedos apretados hasta ponerse blancos. Lourdes, mordiéndose los labios, lloraba en silencio. Cuando estiró la mano para desabrochar su sostén, se escuchó el sonido de una tarjeta pasando por la cerradura de la puerta. Una voz femenina se escuchó. —¿Roberto, ya estás descansando? La mujer entró con elegancia y al ver a la persona casi desnuda frente a ella, su expresión cambió. —¿Lourdes? ¿Qué haces aquí? Ella no la miró, sabía perfectamente quién era. Cuatro años atrás, si no hubiera sido por Natalia Díaz, nunca habría descubierto cuán despiadado podía ser Roberto. La expresión de él no cambió. Al ver a Lourdes en esa posición humillante, sintió un perverso placer de venganza recorrerle el pecho. Con indiferencia, tomó la toalla que llevaba puesta y se la arrojó encima a la mujer. —Sal de aquí. Ella ya no pudo contenerse más. Tomó la ropa y se la apretó contra el pecho. Apenas se giró para marcharse, una mano la sujetó con fuerza y la lanzó sobre el sofá. Roberto echó una rápida mirada a Natalia, que seguía sin reaccionar y repitió con voz gélida. —Te dije que salieras. Natalia no podía creerlo del todo. —Yo... Era de noche, un hombre y una mujer, con la ropa ya casi fuera... No hacía falta decir lo que iba a pasar después. Se sentía indignada, quería decir algo más, pero solo pudo marcharse bajo la mirada helada del hombre. Roberto se acercó lentamente, apoyando una mano mientras la inmovilizaba bajo su cuerpo, riendo con ligereza. —¡Mírate! Como si no hubieras sido tú la que se las ingenió para meterse en mi cama hace cuatro años... —Algunos recuerdos, cuando se dicen en voz alta, solo dan asco. Lourdes, conteniendo las lágrimas, lo miró con rabia. En cuanto dijo eso, él le apretó la barbilla. —¿Qué pasa? ¿Te acostaste con Alberto y ahora no quieres que te toque? ¿Acaso él te hacía pedir por más? —¡Desgraciado...! Lourdes no pudo más y forcejeó para levantarse. Pero, el hombre la empujó con fuerza hacia abajo, arrancándole la última prenda que le quedaba. Lo que siguió fue como un castigo: sin el más mínimo rastro de ternura; solo mordiscos salvajes. —¡No... Duele...! Ella intentaba apartarse, pero él la sujetaba una y otra vez, repitiendo todo sin cesar. Pensaba que el tormento nunca acabaría, cuando se escuchó el timbre. Roberto se detuvo un momento y rio junto a su oído. —Llegaron rápido.

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