Capítulo 40
José tenía las manos llenas de cicatrices grandes y pequeñas, una vista impactante, y aún tenía un sedante colgado en la intravenosa.
Tal vez por su prolongada confusión mental, o tal vez porque me parezco demasiado a Laura, José comenzó a llorar mientras me abrazaba.
Imité el tono de Laura para animarlo a seguir viviendo.
—Siempre estaré a tu lado, José. Me convertiré en la estrella del cielo y te amaré para siempre.
Esa fue la última frase que Laura le dejó a José.
José miraba mi rostro, temeroso de que desapareciera si cerraba los ojos, pero bajo el efecto de la medicación, finalmente cerró los ojos.
Después de salir del hospital, pregunté por la ubicación de la tumba de Laura, compré un ramo de rosas blancas y conduje hasta allí.
El cementerio estaba desolado, con algunos pájaros volando entre los altos y rectos cipreses, emitiendo ocasionalmente algunos cantos.
La lápida era nueva, y la foto de la chica mostraba una sonrisa radiante.
Toqué suavemente la foto en la lápida y me di

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