Capítulo 87
Repliqué con sarcasmo, girándome hacia Irene: —Yo solo pregunté de dónde salieron esas personas. ¿Acaso dije que ustedes quisieran hacerme algo?
Irene, furiosa, dio un paso al frente: —¡Si no fuera por ti, jamás habría perdido mi trabajo! ¿Y todavía te atreves a calumniarme? Hoy mismo te voy a dar una lección.
Alzó la mano para golpearme, pero la detuve y, en el mismo movimiento, la solté con fuerza y le devolví una sonora bofetada.
Las lágrimas que Lucía contenía al fin rodaron por sus mejillas. Corrió a sostener a Irene: —¿Estás bien? Patricia, ¿cómo pudiste levantarle la mano?
Irene, fuera de sí, gritó: —¡Te atreviste a pegarme! No te lo voy a perdonar.
—Ya veremos. —Respondí, sentándome de nuevo en mi sitio.
Irene sacó el teléfono y, tras marcar un número, habló con voz melosa y fingida: —Cariño, ¿dónde estás? Aquí me están maltratando.
Al oírla llamar cariño a Sergio, ese hombre grasiento y vulgar, sentí que se me revolvía el estómago. La idea de cenar ya me parecía insoportable.

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